Todo aquel que me conoce, sabe de mi fascinación. por el mundo de las bicicletas. Tanto es así que adquirí una tan pronto pisamos suelo en Filadelfia. Los viajes que dí con ella por la Ciudad del Amor Fraternal me llevaron a recorrer montes, quebradas y lugares distantes casi llegando a Valley Forge. Al mudarnos a Nueva York no iba a ser diferente. Recorrí un pueblo conocido como Twin Lights en Nueva Jersey, Queens casi en su totalidad y toda la costa Oeste de Manhattan. Aún me falta por recorrer el Hudson hasta Bear Mountain.
A veces, cuando corro la bicicleta pienso que nada me pasará; que soy invencible. A pesar de que estoy pendiente del tráfico y de los peatones, no pienso que alguien podrá golpearme o lastimarme. La bicicleta da una sensación de libertad y velocidad sin igual, a veces hasta de poder. Todo aquel que ha experimentado esta sensación sabe que la vida se mira con un prisma distinto. La ciudades y parajes naturales se aprecian de una forma peculiar que no se obtiene caminando o en coche. El domingo hice uno de mis recorridos predilectos y cercano a mi área residencial. No obstante, fue un día que concluyó mal. Nadie me lastimó, pero salí maltrecho.
El pronóstico del día era lluvia a partir de las cuatro de la tarde. Le dije a Puri que correría bicicleta mientras hacía buen tiempo y haría un scope. A pesar de la renuencia y oposición de ella, mi testarudez pudo más Estaba sobre-confiado. Comencé a correr por toda la Northern Boulevard hasta Oakland Lake para ver los cisnes y los patos nadar plácidamente en un estanque creado por el ser humano. Ahí comenzó mi scope. Los corazones y comentarios de mis seguidores no se hicieron esperar. Me sentía contento de poder compartir de esta experiencia urbana. Inmediatamente, mientras transmitía en vivo por todo Little Bay Park veía los nubarrones a lo lejos que tocaban tierra en Kings Point. Ya en Fort Totem, un area militar de la Guerra Civil y las dos Guerras Mundiales que ahora sirve de base para el Departamento de Bomberos y la Policía de Nueva York, continuaba con la trasmisión en vivo. No había pasado ni quince minutos de mi trasmisión, con los edificios preciosos en esta área como escenario, cuando avisté a lo lejos que el diluvio se movía rápidamente a mi dirección. A pesar de que comencé a pedalear como participante del Tour de France, la lluvia me arropó y castigaba despiadadamente dentro de esta área. Con todo y lo fuerte que era este aguacero, me dirigí a Bayside Marina para resguardarme bajo el puente peatonal. Este refugio temporal no sirvió su propósito, las gotas caían a través de las rendijas de las tablas. Al ver que este "refugio" no sirvió su propósito, decidí apresurar mi paso para poder llegar pronto al apartamento y cambiarme de ropa. Hice un recorrido de 12 millas en 20 minutos y no veía compasión alguna por parte del cielo. Los golpes de las gotas gruesas del agua hacían que cubriera un area mayor de mi cuerpo. Estaba completamente empapado y casi no podía ver porque mis gafas estaban empañadas del frío y el agua corría por mis ojos. Al estar cerca y frenar sentí como mi bicicleta se deslizaba para el lado. Había obviado, con la ansiedad de llegar pronto, que los frenos estaban mojados y que no podía frenar de golpe. Esta fue la primera señal de que tenía que tener cuidado y la obvié. Un error de principiante que no debí de cometer.
El pronóstico del día era lluvia a partir de las cuatro de la tarde. Le dije a Puri que correría bicicleta mientras hacía buen tiempo y haría un scope. A pesar de la renuencia y oposición de ella, mi testarudez pudo más Estaba sobre-confiado. Comencé a correr por toda la Northern Boulevard hasta Oakland Lake para ver los cisnes y los patos nadar plácidamente en un estanque creado por el ser humano. Ahí comenzó mi scope. Los corazones y comentarios de mis seguidores no se hicieron esperar. Me sentía contento de poder compartir de esta experiencia urbana. Inmediatamente, mientras transmitía en vivo por todo Little Bay Park veía los nubarrones a lo lejos que tocaban tierra en Kings Point. Ya en Fort Totem, un area militar de la Guerra Civil y las dos Guerras Mundiales que ahora sirve de base para el Departamento de Bomberos y la Policía de Nueva York, continuaba con la trasmisión en vivo. No había pasado ni quince minutos de mi trasmisión, con los edificios preciosos en esta área como escenario, cuando avisté a lo lejos que el diluvio se movía rápidamente a mi dirección. A pesar de que comencé a pedalear como participante del Tour de France, la lluvia me arropó y castigaba despiadadamente dentro de esta área. Con todo y lo fuerte que era este aguacero, me dirigí a Bayside Marina para resguardarme bajo el puente peatonal. Este refugio temporal no sirvió su propósito, las gotas caían a través de las rendijas de las tablas. Al ver que este "refugio" no sirvió su propósito, decidí apresurar mi paso para poder llegar pronto al apartamento y cambiarme de ropa. Hice un recorrido de 12 millas en 20 minutos y no veía compasión alguna por parte del cielo. Los golpes de las gotas gruesas del agua hacían que cubriera un area mayor de mi cuerpo. Estaba completamente empapado y casi no podía ver porque mis gafas estaban empañadas del frío y el agua corría por mis ojos. Al estar cerca y frenar sentí como mi bicicleta se deslizaba para el lado. Había obviado, con la ansiedad de llegar pronto, que los frenos estaban mojados y que no podía frenar de golpe. Esta fue la primera señal de que tenía que tener cuidado y la obvié. Un error de principiante que no debí de cometer.
Al estar cerca del garaje, donde guardo la bicicleta, e ir viajando a menos de 10 millas, volví a frenar nuevamente para disminuir la velocidad y cometí el mismo error, pero más grave; frené con la goma delantera. La visión se tornó en una un filme en cámara lenta. Sentí como mi cuerpo se elevaba y mis manos inertes estaban amarradas al manubrio de la bicicleta mientras mi boca abierta daba un beso francés con mis dientes al pavimento. No puedo precisar si todo esto ocurrió en fracción de segundos o fueron minutos largos. Para mí fue una eternidad. La bicicleta me golpeó dos veces en la espalda como castigo por haber sido descuidado y cayó al lado como si fueran otro cuerpo. Mi cerebro con una inyección de adrenalina empujó mi mano a la barbilla para palpar algún tipo de cortada que conllevara sutura; ya mi cerebro sabía que no tenía tres dientes. Me preocupaba la barbilla, me palpé varias veces para cerciorarme que no sangraba. Mi guante no mostraba liquido rojo alguno. Increíblemente, me incorporé y abrí la puerta del garaje para poner la bicicleta en su sitio e ir al apartamento para poder desplomarme por el dolor, no físico, espiritual por no haber escuchado aquellas palabras que sonaban a lo lejos: es una locura salir con el tiempo que viene. Debo admitir que esta caída me desvistió del positivismo y cambio que buscaba en el 2016: este año va a ser bueno. No niego que lloré pero no fue por el dolor, porque lo toleraba. Esta caída destapó un esqueleto del 1975 que jamás pensaba revivir. Mi caída no solo había puesto mi orgullo maltrecho, desempolvó un recuerdo olvidado de cuando me rompí un diente el número diez (en el argot de la ortodoncia). Un esqueleto que es difícil de borrar y que el tiempo no ha convertido en polvo. Un esqueleto que sigue ahí y volvió a surgir. Un esqueleto que espero poder enterrar de por vida cuando me pongan el implante y las tres coronas. Un esqueleto al que pueda silenciar y no volver a escuchar con sus aterradoras palabras que me atormentaron por una semana en el 1975.
Pueden ver mis vídeos en katch.me/licjaimearturo.