Monday, December 26, 2016

Cuento de un músico wanabí

Cuando era adolescente nunca fui a un concierto de rock o metal como tampoco tocaba instrumento de música. De igual forma tampoco formé parte de un equipo de deporte. En mi casa, de estirpe ultra conservadora y asquerosamente católica, a su modo, nada de estas actividades se promovían; milagro que se dejara escuchar música. Bueno, por algo yo repartía periódicos para comprar mis antojos en una disquera en Santa Rosa o en Discomanía en Plaza Las Américas.

Cuando estudiaba en La Salle, todos mis compañeros eran "surfers" y escuchaban rock, yo escuchaba alguito de rock y disco. Los "hardcores" tocaban guitarra y batería, yo ni el pelo tocaba. Cuando cambié de colegio en el 1981, todo los que estudiaban conmigo iban a conciertos y yo no; me quedaba en casa porque existía la regla de que esos sitios eran prohibitivos. Por lo que el lunes todos contaban sus experiencias musicales y yo sólo prestaba el oído de envidia en ser partícipe de algo al que no estuve  expuesto. Ergo, nunca experimenté el olor de mafú (marihuana) en el Coliseo Robeto Clemente o un buen aguacero en el Hiram Birthorn.

Me perdía por las calles de mi ruta de cobro porque me unía a los grupos de chicos de mi edad en Rio Hondo 1 para escuchar la música de Boston, Ozzy Osbourne, Saga y otros grupos parecidos. Me recuerdo como si fuera ayer cuando en el 1982 me compré en cassette Screaming for Vengeance del grupo Judas Priest. La experiencia metálica me llevó a otro nivel. Aun no había leído el libro de Harmony Encyclopedia de Rock que revolucionó mis sentidos y me dirigió a descubrir otros personajes de la música.

Aún en el 1984, año en que me graduaba de secundaria, no había pisado un concierto pero mi conocimiento en la música americana y británica se había expandido. Ya escuchaba a Led Zeppelin, Aerosmith, David Bowie, Jethro Tull y otros grupos. Podríamos decir que el rebelde en mí se estaba destetando de la placenta y mis escapadas en las tardes y MTv en el apartamento de Miramar me transformó de forma tal que no había regreso. Mis visitas a diario a la Gran Discoteca en la Parada 15 buscando el ultimo disco de Police y Men at Work me conducían a otro mundo musical. Mis paseos por el Condado en donde los travestis era la orden del día en las calles y que me conducían a otro mundo que no hubiera experimentado en Bayamón.

No fue hasta entrado un poco en edad, que comienzo a asistir a conciertos  y ya contaba con independencia de criterio como estudiante universitario. 

En Puerto Rico asistí a innumerables conciertos de rock en diferentes escenarios; los del Centro de Bellas Artes no me entusiasmaron mucho porque descubrí que en muchas ocasiones el rock en español usaba pista en los conciertos.

Ya en los Estados Unidos mi asistencia a conciertos estaba más limitado por varias razones: distancia, tiempo y factor económico. Pero todo mejoró al cambiar de ambiente y geografía. Ya en Washington DC he asistido a varios conciertos, uno de ellos publicado en el post (Un setentoso progresista en Washington DC).  Hace casi exactamente un mes fui a otro concierto de música progresista: Jason Bonham and The Led Zeppelin Experience. Una vez más la edad promedio era 60 años. Pero nada de eso impidió que la noche fuera espectacular. El sonido fue sumamente limpio, ningún instrumento se impuso a otro ni a la voz del cantante. Fueron dos horas completas de pura energía. He aquí dos fotos el guitarrista y del hijo de John Bonham en la batería. Este 2017, que espero que sea mejor que el 2016 donde muchos músicos han muerto, ya tengo contemplado ir a unos tantos otros conciertos y que compartiré con ustedes en su momento.


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