Aquellos que me conocen desde hace un tiempo, saben de mi afición por la música. Dígamos que es uno de esos aspectos de mi vida que nunca ha sido definido ni claro; es como el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, viviendo bajo la colonia o sombra del imperio musical; no tengo preferencia por un ritmo o género en particular. Lo mío es por temporadas. Es como una nevada o viento huracanado fuerte que deja estragos o como el rocío de la mañana que dura un par de horas. Así soy yo el mundo musical.
Desde chico crecí con música en la radio y no he cesado en eso. Si fuera un antropólogo diría que mi afición por la música es semejante a la evolución del ser humano. Aun no me encuentro en la etapa del Homo Erectus; es probable que sea el Lucy (Austrolopitechus de Leakey), que no acaba de asentarse permanentemente en un estrato musical.
Yo nací para los sesenta y crecí con el movimiento rock de esa época. En mi casa se escuchaba rock de los cincuenta y una vez vi en el cine una película de 1973 titulada Let the Good Times Roll, una documental musical con personajes magníficos que fueron el origen del rock británico. En esa película cantaron los Coasters (cuyo barítono me impresionó enormemente), Bob Didley (un desquiciado de la guitarra eléctrica), Little Richard y el gran Chuck Berry, de éste último tengo una anécdota con Keith Richards que no contaré aquí. Si quieren ver la película que yo vi en el cine Puerto Rico en Santurce, les incluyo el enlace https://www.youtube.com/watch?v=O4sgNIeS89I. De igual manera, no estaba ajeno a la musica en españolPara esa misma época durante la dictadura de Franco así como de Argentina y Mexico.
Más adentrado en los setenta, la influencia disco sacudió mi ser. Barry White, Donna Summers, entre otros, era la música que yo bailaba en los disco party de marquesina que yo abandonaba a las 10 de la noche porque era mi toque de queda. Al día siguiente casi todos contaban del beso de las 11 de la noche con la chica que le gustaba y mi recuerdo era la cita con soledad; grandes sucesos de un colegio católico. Nuestra edad rondaba entre los trece y catorce años.
Dentro de todo esta amalgama de música, yacía inerte en mi ser la música clásica y el jazz. Faltaba algo que incitara la mecha a prenderse y producir el chupitazo, como dirían en España, para que no hubiera un regreso atrás y me apasionara por ambas. Pero mi gusto musical aún no estaba maduro.
Para finales de los setenta y principios de los ochenta, con la revolución de Radio Rock y los vídeos, el rock de EE UU y Gran Bretaña copó mi vida casi en un cien por ciento. Leía cuanto libro de los Beatles, The Doors y Rolling Stones se me cruzara. De repente este gustose detuvo cuando un viernes me dio por visitar una librería en la Calle San José del Viejo San Juan: The Book Store. Ahí me dio por comprar casettes, por 2.00 USD, de Bach y Mozart. En ese momento comencé a sumergir mis gustos por aquel género desconocido parcialmente; aun el jazz no amanecía en mi horizonte.
Ya entrado en edad universitaria, el jazz picaba mi instinto pero no del todo. Incluso, luego de haber culminado todos mis estudios universitarios y trabajando como abogado, el jazz seguía picando mi curiosidad, pero no como la sarna. Sí escuché a Louis Amstrong, Dizzie Gillespie y otros famosos, pero el virus del jazz no me infectaba del todo. No había ocurrido una mutación genética en mi célula musical.
No fue hasta que cruzamos el charco y nos ubicamos en Filadelfia que fue cuando la sarna picó con gusto. Fue un día como hoy, que entré a la biblioteca pública a hacerme socio, Free Library of Philadelphia. Al husmear por todas sus salas y tablillas de libros, me topé en el primer piso con la sala de música. Sin querer mis ojos y cuerpo me guiaron a los clásicos del jazz en 5 tablillas repleta de CD's y disco de vinilo. Ni corto ni perezoso tomé prestado unos cuantos de esos CD's para escucharlos. Lamutación musical había comenzado su proceso. Incluso, varios podcasts, que escuchaba para ese entonces, dedicaron su espacio para hablar de este género. Ya el virus estaba invadiendo mis sentidos y no había cura para él. Parte de mi arsenal musical en Spotify y iTunes comenzó a inundar mis sentidos con melodias provenientes de Dizzy Gillespie, Miles Davis, Herbie Hancock, Wes Montgomery, entre otros tantos. Tal fue mi afán por este género que hasta partituras musicales he comprado para tocarlas en algún momento en una guitarra eléctrica. Pero no solo de jazz y música barroca voy a tocar en algún momento, sino también voy a tratar de incursionar en el blues. Esto será materia de otra publicacion cuando tenga mayor soltura en la guitarra. Mientras tanto disfruten de este cierre con un vídeo clip de Wes Montgomery. https://www.youtube.com/watch?v=Dp_H9FYZy4E.
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