Wednesday, August 31, 2016

Una bicicletada desde Maryland a DC

Habían pasado más de 9 meses sin correr bicicleta. Luego de haberme mudado a Maryland, le prometí a mi media naranja que no iba a correr bicicleta hasta que ella estuviera de vuelta a los Estados Unidos. Así fue, luego de un mes del regreso de ella, decidí tomar la bicicleta nuevamente.

Tenía una ruta establecida, Sligo Creek. No obstante, tan pronto puse la posaderas en la bicicleta la ruta cambió. Comencé por lo que se conoce como el camino de Georgetown (Georgetown Trail). Este comienza por áreas residenciales que tiene calle empinadas, no al estilo de San Francisco, y luego un trayecto lleno de arboles que cruza otras áreas residenciales, que aún no conozco, y semi-industrial.

Cada cierta distancia hay letreros informativos y señalización de cuáles rutas uno puede optar en seguir y las distancias en millas. Yo opté por tomar Rock Creek Trail ya que es mucho más escénica y al final aparenta prometer una belleza única, el lago Needwood; en algún momento dado pensé concluir en el lago pero desistí del intento por la hora y las millas que me faltaban por recorrer. Ya eran las 5:30 pm cuando tomé la decisión de regresar. Dos cosas ya estaban ocurriendo, mis rodillas estaban completamente adoloridas y mi falta de practica se notaba en cada pedaleo; ida y vuelta fueron veinte millas equivalente a 32 kilómetros de trayecto recorrido.

Retomando la descripción de este trayecto, el mismo es a lo largo de una o varias quebradas y en ella se pueden ver nido de castores, ardillas canadienses, cardenales rojos y otra variedad de fauna que para el aventurero campista le agradaría. Es un excelente sitio para tomar fotografías, leer, o hacer cualquier tipo de actividad que le acerque a la naturaleza.

De igual manera, hay gente que hace ciclismo, camina por la vereda o trotan. No es una vereda rupestre o de gravilla, ha sido asfaltada en todo el trayecto. A diferencia de mis recorridos en Filadelfia, que era cruzando los bosques y montes donde el camino es tierra o gravilla; la única area pavimentada es a lo largo de la carretera o de las ferrovías. Se le conoce en general como Capital  Crescent Trail. Es un área genial para escaparse de la ciudad estando en la ciudad.  Aun me queda trayectos por recorrer y retomar el trayecto de Sligo Creek. Por lo que ví, es un área genial para tomar fotografías como las que incluyo aquí.

Si algo bueno saco de estas excursiones en este continente, es la de estar en contacto con la naturaleza y con mis lentes.





Saturday, August 20, 2016

Un setentoso progresista en Washington DC

Fue para el 1983  cuando me di cuenta que mi inclinación ante la vida era ser progresista; progresista en la mentalidad política, de no estar atado a ningún partido político o idea conservadora; progresista en la lectura, de devorar cuanto libros me recomendaran mis profesores universitarios (desde lo más conservador hasta lo más liberal); ser progresista ante los derechos humanos, aunque mi formación ultra-católica en muchas ocasiones entrara en disputa con mi mentalidad liberal y republicana de Azaña. Era un progresista en formación y aún lo sigo siendo; nunca se llega a la totalidad, ni con la muerte. Como he dejado entrever en publicaciones anteriores, la pelea entre mi Yo con el Ello, programado desde mi infancia, ha sido ardua; desvestirse de lo ultra-conservador para poder llegar a un grado de libertad racional es un camino rocoso; el poder realizar la metamorfosis es difícil pero no imposible. Es oportuno aclarar que no soy freudiano ni creo en el psicoanálisis, a pesar de que para la década del 1980 esa era la tendencia psicológica de la Universidad de Puerto Rico y la que estudié por un año.

Pero regresando al 1983, cursaba mi último año de escuela superior y me dio por comprar discos usado de los sesentas. Yo vivía, como gitano al fin, en el sector de Miramar en el Barrio de Santurce y al lado tenía un "pulguero" llamado Pink House Bazaar. En ese sitio compré algún que otro disco de vinilo (pasta para los boricuas bragaos como yo). Poco a poco me sumergía en la música de una época a la cual nunca fui expuesto pero que mi espíritu  rebelde e individualista dormido me llevaba poco a poco a adentrarme, de forma inconsciente, a este género musical. Digamos que era como a sailing ship to nowhere, leaving any place; la historia de mi vida. Ese era mi época de gloria, donde los vídeos musicales y MTV hacía de las suyas en mi mente. Jamás hubiera pensado, y con el acceso limitado a libros de música que tenía previo al 1983, que integrantes de grupo Asia fueron miembros de esa banda musical que abriría mis ojos a un rock progresivo que no había escuchado o que no identificaba del todo. Era esa época también en donde la estación radial Alfa Rock ponía música y no identificaba a los grupos.

Fue para ese año en que en mi casa escuchaban un programa radial de un famoso coleccionista de música de los años cincuenta, Frankie Canepa, quien trabajaba para una compañía de seguros y compraba discos de segunda mano y los revendía. Su tienda ubicaba en la segunda planta de su residencia. Ese lugar se convertiría por varios años en la Meca de mis expediciones para comprar discos usados de los Beatles, Rolling Stones, Manfred Mann y otros. Canepa era una enciclopedia de la música americana y británica. Fue él quien se dio cuenta de mis inclinaciones musicales y me recomendó que comprara dos discos: Fragile y Close to the Edge de Yes. Ambas eran ediciones originales producidas por Atlantic Records y me aseguró que mi mente explotaría con esa música; su presagio fue acertado. Los miembros de la banda eran: Jon Anderson (vocalisa y guitarra), Chris Squire (bajista, el mejor del Mundo), Rick Wakeman (tecladista, un genio), Bill Brudford (baterista incomparable y luego miembro de King Crimson) y Steve Howe (el responsable de sembrar la semilla por aprender a tocar guitarra en el 1984 y que un año más tarde abandoné por otros motivos explicado en una publicación anterior). Estos discos fueron mi inicio en esta aventura psicodélica y progresista británica. El próximo disco que compré fue The Album y luego, una semana más tarde, añadí a mi colección Time and a Word; ambos Canepa los había reservado para mí porque había acertado en su presagio. Pero lo más que me sorprendió en todo este viaje musical fue que uno de los integrantes de Yes ya lo conocía desde el 1982, éste era miembro del grupo Asia, Steve Howe. Todos estos discos los escuché a la saciedad, como he estado haciendo esta semana.

Para agosto de 2002, Frankie (otro Frankie, no Canepa), quien fue testigo de nuestra boda, le dijo a Puri que tenía 4 boletos para ver Yes en el Radio City y que si me interesaba ir. Mi reacción fue como la de un crío en una juguetería. Corrí, brinqué, grité, que no hice; estaba excitado. El día del concierto el line-up de la banda era similar a la de 1970 y 1972, excepto que Bill Brudford no era el baterista. Fueron dos horas inolvidables de placer musical, mas no así para nuestras parejas que no entendía como una sola canción podía durar veinte minutos. Frankie y yo bebimos, cantamos e hicimos lo que dos adultos, en sus mid-forties- hacían al ver a su banda favorita: actuar como adolescentes roqueros.

Pasaron muchos años de este concierto inolvidable, hasta que el 16 de agosto de 2016 pude lograr mi sueño de volverlos a ver con un nuevo cantante, Jon Davison, y el sustituto de Chris Squire (fallecido en el 2015), Billy Sherwood. Este concierto fue otra dos horas de puro placer. Durante el mismo me acordé de Frankie, quien ya no está con nosotros desde el 11 de septiembre de 2015, y las publicaciones de él invitando a sus amistades citando estrofas de algunas de las canciones de Yes. No dudo que si él estuviera con nosotros y le dijera, Frankie tengo boletos para ver a Yes, él me hubiera dicho que sí y hubieramos recordado el 2002 otra vez. El concierto lo disfrute de cabo a rabo, mis fotos y vídeos son testigos de las imágenes tomadas en el Warner Theatre, Ese día reafirmó el porqué Yes es una de mis bandas favoritas por encima de cualquier otra.

Si usted me preguntara ahora mismo si aún poseo estos discos y otros, lamento indicarle que no, toda mi colección de discos de esa época la he perdido y no pienso reconstruirla por la ausencia de espacio y la necesidad de libre movilidad de un sitio a otro. Además, mi interés musical se ha desplazado a la adquisición de instrumentos musicales; ya cuento con una guitarra clásica, una acústica y quiero comprarme una guitarra eléctrica, un bajo y una doce cuerdas. Para esto le voy a buscar espacio a lo que de lugar.









Wednesday, August 3, 2016

Porque nunca me he podido definir en un género musical

Aquellos que me conocen desde hace un tiempo, saben de mi afición por la música. Dígamos que es uno de esos aspectos de mi vida que nunca ha sido definido ni claro; es como el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, viviendo bajo la colonia o sombra del imperio musical; no tengo preferencia por un ritmo o género en particular. Lo mío es por temporadas. Es como una nevada o viento huracanado fuerte que deja estragos o como el rocío de la mañana que dura un par de horas. Así soy yo el mundo musical.

Desde chico crecí con música en la radio y no he cesado en eso. Si fuera un antropólogo diría que mi afición por la música es semejante a la evolución del ser humano. Aun no me encuentro en la etapa del Homo Erectus; es probable que sea el Lucy (Austrolopitechus de Leakey), que no acaba de asentarse permanentemente en un estrato musical. 

Yo nací para los sesenta y crecí con el movimiento rock de esa época. En mi casa se escuchaba rock de los cincuenta y una vez vi en el cine una película de 1973 titulada Let the Good Times Roll, una documental musical con personajes  magníficos que fueron el origen del rock británico. En esa película cantaron los Coasters (cuyo barítono me impresionó enormemente), Bob Didley (un desquiciado de la guitarra eléctrica), Little Richard y el gran Chuck Berry, de éste último tengo una anécdota con Keith Richards que no contaré aquí. Si quieren ver la película que yo vi en el cine Puerto Rico en Santurce, les incluyo el enlace https://www.youtube.com/watch?v=O4sgNIeS89I. De igual manera, no estaba ajeno a la musica en españolPara esa misma época durante la dictadura de Franco así como de Argentina y Mexico.

Más adentrado en los setenta, la influencia disco sacudió mi ser. Barry White, Donna Summers, entre otros, era la música que yo bailaba en los disco party de marquesina que yo abandonaba a las 10 de la noche porque era mi toque de queda. Al día siguiente casi todos contaban del beso de las 11 de la noche con la chica que le gustaba y mi recuerdo era la cita con soledad; grandes sucesos de un colegio católico. Nuestra edad rondaba entre los trece y catorce años.

Dentro de todo esta amalgama de música, yacía inerte en mi ser la música clásica y el jazz. Faltaba algo que incitara la mecha a prenderse y producir el chupitazo, como dirían en España, para que no hubiera un regreso atrás y me apasionara por ambas. Pero mi gusto musical aún no estaba maduro.

Para finales de los setenta y principios de los ochenta, con la revolución de Radio Rock y los vídeos, el rock de EE UU y Gran Bretaña copó mi vida casi en un cien por ciento. Leía cuanto libro de los Beatles, The Doors y Rolling Stones se me cruzara. De repente este gustose detuvo cuando un viernes me dio por visitar una librería en la Calle San José del Viejo San Juan: The Book Store. Ahí me dio por comprar casettes, por 2.00 USD, de Bach y Mozart. En ese momento comencé a sumergir mis gustos por aquel género desconocido parcialmente; aun el jazz no amanecía en mi horizonte. 

Ya entrado en edad universitaria, el jazz picaba mi instinto pero no del todo. Incluso, luego de haber culminado todos mis estudios universitarios y trabajando como abogado, el jazz seguía picando mi curiosidad, pero no como la sarna. Sí escuché a Louis Amstrong, Dizzie Gillespie y otros famosos, pero el virus del jazz no me infectaba del todo. No había ocurrido una mutación genética en mi célula musical.

No fue hasta que cruzamos el charco y nos ubicamos en Filadelfia que fue cuando la sarna picó con gusto. Fue un día como hoy, que entré a la biblioteca pública a hacerme socio, Free Library of Philadelphia. Al husmear por todas sus salas y tablillas de libros, me topé en el primer piso con la sala de música. Sin querer mis ojos y cuerpo me guiaron a los clásicos del jazz en 5 tablillas repleta de CD's y disco de vinilo. Ni corto ni perezoso tomé prestado unos cuantos de esos CD's para escucharlos. Lamutación  musical había comenzado su proceso. Incluso, varios podcasts, que escuchaba para ese entonces, dedicaron su espacio para hablar de este género. Ya el virus estaba invadiendo mis sentidos y no había cura para él. Parte de mi arsenal musical en Spotify y iTunes comenzó a inundar mis sentidos con melodias provenientes de Dizzy Gillespie, Miles Davis, Herbie Hancock, Wes Montgomery, entre otros tantos. Tal fue mi afán por este género que hasta partituras musicales he comprado para tocarlas en algún momento en una guitarra eléctrica. Pero no solo de jazz y música barroca voy a tocar en algún momento, sino también voy a tratar de incursionar en el blues. Esto será materia de otra publicacion cuando tenga mayor soltura en la guitarra. Mientras tanto disfruten de este cierre con un vídeo clip de Wes Montgomery. https://www.youtube.com/watch?v=Dp_H9FYZy4E.